martes, 17 de marzo de 2015

HUNDER ALEXANDER XII





CAPITULO XII

HUNDER ALEXANDER


Hunder Alexander se hallaba en la acera de enfrente de la casa de Diego, tenía seis años, su cara era gordita y cachetona, su cabello, se veía grasoso, empolvado, pero sus ojos negros, se movían inquietos, de un lado para otro; por lo demás, el olor a berrinche, levantaba nubes de moscas, deseosas de embriagarse con tan cercana fuente de vitalidad.
Su mamá lo había dejado cuando tenía un año de haber nacido, eso era, lo que siempre le había dicho su padre; ¡mijo!, su mamá nos abandono,¡ pero usted tiene que aprender a ser un verraco!; cada vez que le decía eso, sentía como si algo, hasta un animal peludo y grande le royera el estómago ; entonces se salía corriendo, para el baño, ya que le daba diarrea y se pegaba unas vomitadas, que hasta le parecía que su ombliguito, se le quedaba pegado a la taza del inodoro.
¿Qué porquerías comería éste muchacho ya? gritaba su padre en medio de la borrachera.
Pero a Hunder Alexander, ya no le importaba, lo que su padre le decía; si esa señora se fue, era porque no nos quería; esto era, lo que el muchacho pensaba, cuando jugaba en solitario, ya con hormigas, ya con gusanos.
Pero en las noches,  antes de dormirse, imaginaba a una señora que le sonreía y se acuclillaba a su lado, para darle las buenas noches; ¡cuanto la odiaba!  Cada vez que intentaba configurar su rostro, no podía formar una cara precisa; ¿Cómo seria?; a lo mejor, como la mamá de Evita, que era tan buena, en todo caso, tendría que ser más alta que su padre.
Quiero a papá, pero el sólo piensa, en beber esa porquería, algunas veces, me pega muy duro y me hace acostar sin comer.
 Doña Lola, la vecina, cuando llegaba temprano de trabajar, le daba de comer, ¡y hay si!, que su barriguita era feliz.
En otras ocasiones, la mamá de Evita, les llevaba comida o les hacía de comer; pero su papá, la odiaba, porque le decía, que esa no, era la forma de tratar a un hijo, entonces, ella, procuraba mantenerse alejada. La hija de doña Lola, que veía en Hunder  Alexander la posibilidad de experimentar con un muñequito, lo invitaba a jugar muñequero a la casa de ella, a veces invitaba a otras niñas.
Ella, le daba besitos y le decía; Hunder Alexander, venga juguemos a hacer el amor, ¿y eso cómo se hace?; así como lo hacen mis papás; entonces se  quitaban la ropa y se tiraban encima de la cama de doña Lola; sin embargo para Hunder Alexander, lo que Yesenia de siete años, llamaba hacer el amor, no era otra cosa, que un entripado de muñecas y golosinas, que se le metían por la boca y por la nariz y entonces le daban unas ganas de hacer popó y de llamar a su mamá .
Estaba, sentado, solo, y con las manitas sosteniendo su cara, cuando vio salir a Diego; que por fin, se había dignado levantarse, a enfrentar el nuevo día; iba vestido con un bluyín azul desteñido, y una camiseta de cuello, al verlo, Diego, se detuvo, le daba pena ese niño; de otro lado a Hunder Alexander, le caía bien; así que, pensaba; cuando sea grande, tendré que ser como él.
¿Hola Hunder Alexander, no fuiste hoy a estudiar? No, es que me da pereza; ¿y eso? No, es que amanecí muy aburrido; porque es que, mí papá, se emborrachó anoche y hay está, todo cagado. Diego, en otras ocasiones, ya había hablado con él  hasta lo llevó a una institución, para alcohólicos anónimos, pero el hombre recaía y se ponía cada vez peor.
Hunder Alexander, lo tomó de la mano y lo llevó al interior, feliz al contacto, de esa palma fuerte,  varonil, ya que le trasmitía cierta, seguridad y fortaleza.
Manuel, un hombre grueso, de mediana estatura, pelo negro de indio, como de unos cuarenta años, se hallaba tendido boca arriba, con la boca abierta, un sonido grueso y ronco le salía de su garganta, por el suelo se veían regadas botellas de guirlache y hasta una de ron, en su mayoría estaban vacías, también en el suelo se veían cuscas de cigarrillo barato.
Olía a pocilga de inodoro, mezclada con alcohol; Diego hizo un esfuerzo por vencer su repulsión y eso, que estuvo a punto de vomitarse, si no lo hizo, fue por el niño, se contuvo del todo, cuando vio, el rostro de Hunder Alexander, que miraba a su padre, tal y como se mira con asombro, la herrumbre de las cosas amadas, pero volteadas de revés.
Diego, sintió exactamente, lo que el niño estaba sintiendo en, esos momentos, y pensó;  las cosas amadas, que de tanto ser amadas, se convierten en cristales rotos , en vidrios cortantes, en oscuridades intangibles, o en desparpajos inevitables; en una dolorosa e insolente patada del destino, que a veces le da a uno por el…
¡Don Manuel, don Manuel!, pronunció alto y recio; pero éste hombre, cuya mente, hallábase, agrietada y abismada, en oscuros laberintos o en el colmo de la idiotez; yacía apretado con la muerte.
Hunder Alexander, corrió y cogió un vaso de agua pequeño, y se lo entregó a Diego, éste lo vacío, dejándolo gotear por la cara de Manuel, lo hizo así, para evitar una brusca reacción del hombre.
Volvió a decirle  ¡don Manuel! entonces, éste, medio despegó los ojos al contacto, de esa agua y poco a poco fue captando la voz, que venia, del otro lado de la vida;   he qué diablos, ¡muchacho hijuepu!
Entonces vio a Diego y se contuvo, ya que éste le inspiraba respeto, ¿he qué más don Diego, usted por acá, y además tan temprano?; ni tanto, ya son las doce del día, ¡levántese hombre!; no, venga hermano yo lo invito a un trago; de ninguna manera, si estoy aquí, es por su hijo , ¡mírelo!, es necesario que usted y yo volvamos a hablar, ¡levántese le digo!, y métase al baño, que esa, no es la forma de tratar a su hijo; Manuel frunció el ceño y lo miró con rabia , pero ante la firmeza de Diego y de una rápida mirada, alrededor, se puso en evidencia.
Entonces, accedió, con la cabeza, pero siguió allí; vamos levántese, se sentó, en la cama y Diego tuvo que ayudarlo, se apoyo en éste, que tuvo, que tragarse el fastidio y llevarlo al baño, luego se dirigió, al teléfono que de puro milagro, aún no lo habían cortado, después de hablar con doña Rafaela colgó; anda Hunder Alexander, vete para la casa de mamá, y deja que ella te bañe y te ponga ropa limpia.
Hunder Alexander, ya más tranquilo, accedió y se fue corriendo; ya, en la cocina, igual de revuelta a la pequeña habitación, que tan sólo tenía dos catres, Diego encontró, un frasco de café y enseguida preparó una taza fuerte, para dársela a Manuel, lo necesitaba despierto.
Cuando Manuel, salió del baño, su semblante había cambiado un poco, Diego le entregó la taza de café; tenga bébaselo; gracias.
Manuel hubiera preferido, una cerveza helada, pero lo tomó para agradar, a Diego, se sentó en el borde del catre, aún revuelto; ¡que vergüenza don Diego!, dijo, sin mirarlo, éste que aún permanecía de pié, no respondió, Manuel tomó un sorbo tras otro y luego colocó la tasa sobre el suelo, se cogió con ambas manos la cabeza; usted me va a perdonar, pero es que no recuerdo nada.
La vergüenza, dijo Diego, es en algunos casos, lo evidente, un sentimiento que se manifiesta de una forma  consiente,  al darte cuenta como te miran los demás; si repuso Manuel, es el hecho de sentirse como un vejamen, casi como un residuo  ante los otros. ¿Un residuo Manuel? Si, algo así, una especie de lugar adonde llegan todas las porquerías, que se consumen en nuestra sociedad; pero eso es porque tú las consumes.
Por un momento, Diego lo miró, ¿y pensó; pero en realidad qué se puede hablar, con éste hombrecillo, que tan sólo inspira lastima?; sin embargo, se esforzó, para que Manuel no lo notara; vea don Diego, yo sé, que usted no es como yo, nada más verlo y ver, lo bien puestecito que está y lo bien que huele; pero es, que yo no puedo, no soy capaz; y volvió a bajar la cabeza sollozando, es que usted, no sabe, lo que yo amaba a esa mujer, a Lilia, ella era tan linda; y bueno, bueno yo era un comerciante y ganaba muy buena plata, tenía, un puesto de ropa de segunda; la ropa de segunda, deja más que la nueva; vea, a mí, me buscaban mucho las viejas.
Diego rezongó, miró a su alrededor y vio un viejo taburete, entonces lo acercó, lo puso de espaldas y se sentó, de modo que sus manos, quedaron reclinadas en el espaldar de éste y se horqueteó sobre el asiento, para escucharlo con mucho interés.
Un día, desde una ventana del hotel, en donde nos hospedábamos, ella vio salir una mujer, del cajón, ese era un cajón grande y alto, en donde guardaba yo, la ropa que no vendía, con esa, no tuve nada en serio; pero yo que iba a hacer, al fin y al cabo uno es hombre comprende; Manuel descansó y bebió más café, antes de que se enfriara, después de todo no le apetecía el café frío.
Pero yo amaba a Lilia, entonces ella bajo y me dijo ¿con qué éste es el lugar, en dónde escondes a todas esas viejas con las qué estas?; después de eso, duramos otro tiempo, pero yo me emborrachaba y le daba mala vida; fue cuando conoció a un muchacho, más joven que yo, entonces me dijo, que se iba a ir con él, y que se iba a llevar al niño; loco de celos y de rabia la golpeé, casi la mato.
Manuel se desató en llanto, casi la mato, es que ella, era muy bobita o me quería mucho y no me quiso demandar, ¿pero sabe qué hice?, ¿Qué? le pagué a un doctor, yo mantenía muy buena plata, siempre manejaba mis milloncitos, le pagué para que le quitaran a Hunder Alexander y puse testigos que dijeran que ella era muy mala mujer.
De nuevo, Manuel lloró con escándalo, pero al momentico se contuvo, y siguió hablando, ¡vea hombre don Diego! eso me rogó, me suplicó, hasta se me arrodilló, para que no le quitara al niño; pero en mí soberbia, en mí mezquindad por vengarme, me mantuve firme en la mentira.
Entonces sacó un pañuelo, que no se sabía de qué color era, si blanco o negro; al fin se tronó las narices y volvió a desatarse en llanto, me enceguecieron los celos y mí amor de macho herido; hoy me doy cuenta, que estaba equivocado, ¿cómo sería? que hasta me vine, para Medellín, para que ella nunca, volviera a encontrar a Hunder Alexander.

Manuel, hizo una pausa y luego dijo; pero vea usted, cada día, voy de fracaso en fracaso, salvé usted al niño Diego, yo para mí, no quiero nada; si puede, busque a su madre; Diego no respondió nada, bajo la cabeza, miró el reloj y se dio cuenta que había pasado la hora, en que tenía la clase en la universidad, pensó en Hunder Alexander y suspiró.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

                                            BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA

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