viernes, 20 de marzo de 2015

LILIA CAPITULO XIII


                                                                  



                                                                LILIA

                                                         CAPITULO XIII



El tiempo de Dios es la luz, pero en el hombre, todo es ligereza y es a la vez peso, nubarrón y hasta tormenta, porque nosotros nos hallamos inmersos dentro de un tiempo biológico, que es también oscuro y que según la medida de nuestras angustiadas y cavernosas existencias, perecedero. Pareciera ser también que por momentos la vida de los seres,  se estanca en medio de los caminos.
El tiempo de Dios, es por lo tanto, opuesto a nuestras percepciones y por lo mismo es eterno e infinito; sólo cuando los místicos o los que se santifican en sus apreciaciones, alcanzan en infinitesimales de segundos la luz de Dios y el paso del tiempo, deja de ser, es por eso que ellos, se convierten en vencedores de ese tiempo medido.
Por eso, la verdad del alma es una, aunque se halle fragmentada; decimos por eso, que ese tiempo de Dios es real en nosotros, porque es el lugar y el tiempo de la trascendencia.
Arrodillada, ante un icono de la Virgen María, pero segura en su invocación de lo real, Lilia clamaba pidiendo recobrar a su hijo, a Hunder Alexander; cuantas noches, no lo había soñado e imaginado, hasta le parecía escucharlo llamándola, ¡pobre hijo mío!, tan solo, tan carente de mí, tan huérfano de mí amor; Eliecer entró en la sencilla habitación, agitado.
Perdone señora Lilia, que entre así; pero es que, acaba de llamar, el detective Ricaurte y dice que le trae buenas noticias, parece que su hijo vive con su padre en la ciudad de Medellín.
Aún arrodillada, Lilia sintió, que el piso se hundía, sintió que iba a desmayarse, pero de la alegría, se repuso y se apoyo con las manos sobre el banco en donde estaba, para ayudarse a levantar, al colocarse de pié estrujó con emoción y contra su pecho las manos bien cuidadas y dijo; ¿cómo así?, ¡me voy ya mismo para su oficina!; ¡no!, que le manda decir que lo espere, que él ya viene para acá ; ¿viene para acá?
No, entonces yo me voy a cambiar; ¡se ve usted muy nerviosa señora!, trate de tranquilizarse; bueno, hazme el favor de salirte, que voy a cambiarme de ropa.
Cuando Eliecer se salió, ella buscó el traje que había guardado para una ocasión como ésta, y se lo colocó; era un traje de color rosado, un conjunto estilo sastre, de falda y de chaqueta, de manga corta, pero que se le veía muy bien, ya que no era un rosado subido.
El color de su piel, era un moreno claro, se colocó las medias veladas, y luego se puso sus zapatos, de medio tacón; se soltó los cabellos negros y lacios, sus ojos estaban encendidos y arrobados.
Al poco rato, el detective Ricaurte Escobar, estacionó su camioneta, al lado de la acera, muy orillada a la casa y se bajo, por un momento la observó, es cierto, que más parecía un carro mortuorio, que cualquier otra cosa; sus amigos se burlaban de él y le hacían bromas, pero él, sólo se limitaba a sonreírles, después de todo, el carro le había sido muy útil ; suspiró, exhaló un hondo suspiro, éste era un recuerdo de su padre, y no la cambiaría,¡ no señor!, se quedaría con ella.
Vestía un grueso pantalón negro, unos zapatos del mismo color y de marca, una camisa azul clara, de mangas cortas, metió su mano, en el bolsillo de su pantalón y sacó un peine de color negro, pequeño, con el cual, se peinó su cabello negro y corto que usaba cuando tenía, lo que él llamaba un salto de tigre; es decir, cuando se sentía un poco satisfecho de poder llevar a su clientela un poco de alegría.
Ricaurte también era moreno y más bien barringoncito, sus cejas eran espesas y compactas; Lilia no espero a que éste entrara; ella misma salió a recibirlo a la calle, seguida por Eliecer; las peralta aún no regresaban de hacer el mercado; Lilia casi lo aturdió a punta de preguntas; quiero saberlo todo, con lujo de detalles, ¿en qué parte de Medellín se encuentra? Cálmese señora Lilia; le anunció éste, con una voz grave.
No, yo me tengo que ir ya mismo, para Medellín, venga entremos; ¡es que, vera usted!, le dijo, a la vez que colocó con benevolencia, su mano en el hombro de Lilia y la empujó, con suavidad hacía adentro.
Lilia apenas sí, dejó que él la llevara, tengo informes de algunos de mis hombres, de que su esposo, está viviendo en un barrio llamado el tablazo en Itagüí, pero… ¿pero qué?  ; repuso Lilia, con impaciencia, con estas palabras habían cruzado el umbral de la puerta, al verla en ese estado, Ricaurte pronunció, con energía; ¡aún no es seguro! sin embargo, creemos que el noventa por ciento de probabilidades es que sí, sean ellos y al parecer mi querida dama, éste señor, el tal Manuel, le da muy mala vida a su niño.
Lilia  apretó, las manos, contra su cara, con angustia; no esto, no puede seguir así; ya mismo me voy, le exijo que me de la dirección; cálmese señora Lilia, mis hombres están a punto de llamar; por eso me vine para acá, para que usted misma escuche, lo que ellos, me van a decir; en esos momentos sonó el celular, son ellos, afirmó y lo sacó con rapidez de su bolsillo, pero ella, presa de la emoción, intentó arrebatárselo de las manos; pero éste la retiró con suavidad; ¡aja¡ ¡sí, bien!, es la misma que tengo anotada y colgó; permanezcan cerca, hasta que nosotros lleguemos.
Listo señora Lilia, mis hombres me acaban de confirmar que si es su hijo, y, ya tengo todos los datos; me ofrezco a llevarla en mí camioneta, es mucho más segura que viajar en avión, además, usted no conoce a Medellín, y es bueno, que la acompañe un hombre como yo.
En ese momento, llegaron las tres hermanas peraltas; vinieron cargadas  con las bolsas del mercado; Eliecer corrió a ayudarlas, al ver a Ricaurte, suspiraron ; habían escuchado lo último, y las tres dijeron a coro; creo, que tiene razón, un hombre como él, al lado, de una mujer como tú, es como para sentirse protegida y de nuevo suspiraron , una de ellas se acercó y le dijo ; Lilia querida, no sabes cuánto me alegra, que por fin, hallas dado con tú hijo, te lo mereces; sí, tú mereces ser feliz; dijeron las otras dos.
Los ojos de Ricaurte, se detuvieron con especial cuidado, en una de ellas, las tres, se dieron por aludidas, pero sólo Lucía, la mayorcita, la que se había adelantado a felicitar a Lilia, sabía, que esas miradas, eran para ella; claro y además, podemos acompañarlos nosotros, dijo Edilma; Lilia se quedó pensativa; bueno, en una cosa, sí tienen razón, usted Ricaurte debería ir conmigo; por supuesto  que sí; es que, hemos estado en esto, tanto tiempo, ¡que ya, era hora, señora Lilia!
Sí, pero no en su camioneta, eso nos demoraría más de la cuenta; de Bogotá a Medellín, sale mejor, viajar en avión y además, con eso de las guerrillas…, es más peligroso; pronunciaron a coro, las tres señoritas peraltas.
Ricaurte sacó su peinilla y se la pasó por su bien formado bozo y dijo; ya había, pensado en eso y al guardar su peine, sacó al mismo tiempo la billetera; de la que extrajo dos pasajes, ¡mire el vuelo, sale a las dos!; ¡vaya! que eficiente detective, ¡así es!; dijo éste, con orgullo; se lo tendré en cuenta en sus honorarios; Ricaurte, asintió con la cabeza.
Lucía, tránsito y Edilma le ayudaron a preparar la maleta, a estas alturas Lilia, no cabía en sí, de la dicha. Las tres hermanas, se habían quedado solteras, sus razones tendrían, para hacerlo; el caso es que, todas morían por Ricaurte; lo conocieron, desde que éste era un joven, esmerado y juicioso, el tampoco se había casado, y al parecer siempre estuvo enamorado de Lucía.
Al salir, Lilia, Lucía se adelantó y le dijo, despreocúpate, no vamos, a descuidar tus cosas, la habitación que tienes rentada, permanecerá así, hasta que vuelvas, o resuelvas otra cosa; sí; dijeron las otras dos, ya sabes, que puedes contar con nosotras, además eres como de la familia; ésta, las miró agradecida y se despidieron de beso en la mejilla; ustedes para mí, también son como mis parientes más cercanas; dijo y se alejó con alegría.
Ya, en el avión, Lilia Monsalve, no aquella mujer, enamorada y sometida, a la voluntad de su marido, de esa, ya, no quedaba, ni la sombra; se entregaba a sus meditaciones y esto era lo que pensaba. Tanto tiempo ha pasado, que ya me siento muy cambiada; pero sin duda, soy yo misma. Sólo que las cosas, ahora eran diferentes, se acomodó, en su asiento y cerró sus ojos negros y grandes, entonces, los recuerdos se agolparon; esos instantes vividos con Manuel, antes y después.
Sí, lo recuerdo muy bien; recién había terminado el bachillerato en un colegio de Pereira, cuando decidí fugarme de mi casa , pues vivir al lado de mis hermanas, me resultaba todo un problema, jamás nos entenderíamos, me regañaban por todo, así que empaqué mis cosas y en un descuido me salí, arrastrando una maleta grandotota que apenas si podía con ella, unas amigas me ayudaron, entonces, tomé un bus, con rumbo a Manizales; en realidad, no sabía para donde iba, ni que iba a ser de mí, al llegar, me baje, no conocía  a nadie en esa ciudad. ¿Qué hago?
Estando en esas, fue cuando vio a Manuel; éste, que acababa de desertar, de una aventura amorosa y que había llegado hacía un rato, no sabía qué hacer, si quedarse allí ,o probar suerte en otra parte, hacía rato, que estaba allí  parado, viendo pasar los buses de la flota magdalena, entonces sus ojos, vieron pasar a una muchacha que le pareció muy linda;  según contaría el mismo, después, tenía el cabello largo hasta la cintura, y tenía una cinturita delgadita, y de ésta, hacía abajo, toda caderoncita, de piernas largas y gruesas, capaz de desesperar a cualquier hombre.
Según le decía a los amigos, se le hacía agua la boca; pero no sabía, como entrarle a la muchacha. Ella se lo quedó mirando, era un tipo joven, moreno, pulida la cara y tenía puesto un sombrero muy bien jalado y un anillo de oro, en la mano derecha, al igual que ella, traía dos maletas grandes, el tipo no estaba mal para su gusto.
Los dos se quedaron mirando, hasta que éste se le arrimó. ¿Pa Dónde va mija?  ¿con ese maletín tan grande? lo miró y pensó, éste hombre tiene cara de buena gente; así que voy a arriesgarme.
Voy sin rumbo, le dijo Manuel, que en Pereira, vivía con dos mujeres en la misma casa, Rosa y Cruz Elena; vio en ella, la posibilidad de reivindicarse; Rosa le tuvo tres hijos, y lo mismo Cruz Elena; conoció primero a Rosa y un día cualquiera, Cruz Elena, llegó al puesto a negociar una ropa y Rosa y ella se hicieron muy buenas amigas, se contaban todo; hasta que un día, Rosa se llevó a Cruz Elena a vivir en la casa; pero Cruz Elena se le ofrecía cada rato a Manuel. ¿Quién no come cuándo le sirven? Solía decir éste; las dos sabían que compartían al mismo hombre; pero lejos de pelearse entre ellas, se sentían más unidas.
Manuel, les compraba mercado aparte, para cada una de ellas; hasta que un día, todo se complicó. Las dos mujeres comenzaron a celarlo con las mujeres que iban a comprarle ropa y esto se repetía día tras día. Llegó a verse tan asediado, que tomó la determinación de irse, lo planeó todo con disimulo, vendió el puesto de ropa, donde, le iba tan bien; hizo arreglos para que la casa quedara a nombre de las dos mujeres, y un día les dio a cada una de ellas dinero por partes iguales, para que se fueran a mercar o de compras, y así fue, como aprovechó y las dejó.
Manuel me miró y yo también lo miré, entonces él me preguntó; ¿por qué no se va conmigo para Cúcuta? Y sí le gusto, puede vivir mucho tiempo conmigo. Ella lo tomó de las manos y le dijo, entonces usted ya es mío, porque yo no tengo para donde irme.
Vivieron mucho tiempo juntos y sin casarse; hasta que un día, unas gentes los hicieron casar, al principio Manuel era muy bueno con ella y se veía tan enamorado, tanto que hasta llegó a matar un peón de una finca que tenían arrendada; porque éste la molestaba mucho, cuando todos se iban lejos, el venia, la tocaba en las nalgas, le alzaba la falda; hasta que ya ella no aguantó más y se lo contó a Manuel.
Éste no dijo nada, pero un día, se escondió detrás de unos matorrales para pistiar al peón ; cuando éste alzó los pies, para subir los peldaños de la casa; Manuel disparó la escopeta ¡ pam¡ ¡ pam¡; salieron dos cartuchos grandes y se le entraron por el estómago, y el gritó que pegó ese hombre; ¡no, casi me muero del susto!;  ¡hay me mataron¡
Los demás peones, bajaron a toda prisa y dijeron; esas son muertes buscadas; Manuel, siempre lo llevó al hospital, pero allí murió. Ya después, volvió a lo del negoció de ropa y nos instalamos en un hotel de Cúcuta.
Manuel compró un cajón grande en donde metía toda la ropa que no vendía; pero comenzaron los chismes, mujeres iban a hacerle cuentos; ¡vea! ese hombre se come las viejas parado  dentro de ese cajón,  él hacía rato, que había comenzado a beber y hasta llegó a golpearla; con el tiempo conoció a Juan David, era más joven que Manuel y muy respetuoso; en realidad, ella no tuvo nada con él; hasta muchísimo tiempo después.
La huída de Manuel con el niño, precipitó las cosas, y ella aceptó irse con Juan David, para España, pero eso si,  buscaron al niño sin poder dar con él; pero ahora, ahora, regresó con ese firme propósito; Juan David murió en un accidente, hace más o menos un año; y aunque lo he llorado como a ninguno, ahora que ya estoy libre, puedo dedicar mí vida a la búsqueda de ese hijo, que siempre he añorado, de hecho nunca quise tener más hijos.
Las señoritas peraltas, que son unas viejas conocidas de mí padre, me hospedaron en la casa, y aunque son unas solteronas, que mueren por casar a un hombre, son de verdad encantadoras.
El tiempo había cambiado el rostro de Lilia, haciéndola más mujer, pero una mujer, que había logrado desarrollar una personalidad muy amplia; de la mujer celosa y sometida, ya no quedaba nada, ya no dependía y no quería depender de ningún hombre para vivir, su concepción acerca del amor había cambiado.
La mayoría de las mujeres; es decir, las que no tienen una percepción clara de su humanidad y que sólo miran el mundo, como si éste fuera un espejo, en el que sólo se reflejan sus imágenes; ignoran quizás que tienen un cuerpo, que les pertenece y que les sirve para muchas cosas y no sólo para dar placer o proporcionarlo a otro.
Lilia suspiró hondo, en esos momentos, le era imposible detener el río de su mente que oscilaba aquí allá; por ejemplo, si dejaran de pensar como agrandar sus tetas, quizá pensarían de un modo contrario, a lo que piensan muchos, no reducirían el amor a una simple vagina o a un simple pene. ¡En fin! dejarían de ser tan sólo cosas; es decir un objeto inútil.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

 BEATRIZ ELENA MORALES ESTADA


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