jueves, 19 de marzo de 2015

CAPITULO XXVI LA AMISTAD





CAPITULO XXVI

LA AMISTAD

Entonces le dijo; ¿sabes una cosa? Cuando era un chico como tú sentí, de algún modo pensé, que mí padre se había comido el cadáver de mí mamá. ¿Qué? con sumo interés Hunder Alexander, paró en seco su llanto y se secó con los nudillos de sus manitas; ¡ten! ; dijo Ricaurte, invocando su buena suerte y le dio un pañuelo, con el que el niño terminó de secarse.
Se levantó y le aseguró, bueno, no tanto como comérselo; pero al menos eso era lo que yo creía; ¿quieres qué te lo cuente?  ¡Dale! ¡Dale! sí claro; entonces vamos y por ahí derecho, te invitó a un helado. Al voltear Ricaurte, vio a Diego, que agitado buscaba con la mirada, al encontrarse con la de esté, le hizo un ademán para que se retirara.
Así lo comprendió Diego, que los miró alejarse, tomados de la mano; suspiró aliviado, pero al tiempo pensó; creo que estoy perdiendo a un amigo; en fin, ya habrá tiempo para eso.
¿Con sabor a vainilla Muchacho? Sí, aunque con sabor también a frutas.  ¡Je, je, je!, riose el despachador; le pondré un poquito de todo; toma hijo, pruébalo y veraz que delicia; al recibirlo Hunder Alexander, lo lamió gustoso y ya con la boca llena de crema preguntó ¿Y qué pasó?
Tú nombre es ¿Hunder Alexander? Sí, ¿Por qué? Es que quiero llamarte tan sólo Alex; ¿te molesta? esté se encogió de hombros; ¡um! ; Veraz, es que pienso que aunque tú nombre es muy lindo; y aunque encierra todo lo que tú eres, la persona que te lo puso; te lo colocó demasiado largo y… está bien, dime como quieras,  para el caso me da igual.
Hasta esté momento, ya que antes tan sólo era un señor barrigón y ajeno, la presencia de Ricaurte cobró una imagen dimensional, que lo elevó a los ojos del niño, hasta revestirlo de una cierta divinidad, no vista en ningún hombre hasta ahora; ¡a, bueno!, exceptuando, quizás Diego.
Cuéntame pues ya; ¡cuenta!, ¡cuenta!; tan seria era su expresión que Ricaurte tuvo que disimular, para no echarse a reír, sin embargo continuó; tenía yo más o menos de siete a seis años, al decir esto arqueó una ceja y prosiguió, en un tono más bien solemne; pero recuerdo muy bien todo, a mí padre, que era un hombre muy austero; aunque en el fondo, sé que era muy bueno y sé que me amaba como a nadie.
¿Qué es austero? ¡Vaya!, ¡que eres precoz! para no complicar tanto esté asunto, te diré que era exigente, más bien rígido; pero no sólo con los demás sino con el mismo; o hasta quizá, tan sólo era un hombre infinitamente solo. ¿Era un militar? Cabizbajo y dando paso lentos respondió; no, el caso es que, era tan sólo, un simple agente vendedor.
Hunder Alexander; perdón Alex, se limpió con el dorso de la mano la boca, llena de crema, había olvidado el pañuelo en sus bolsillos, a decir verdad no le importaba. Ricaurte continuó; pero viajaba por todo el país, hasta visitaba ciudades importantes.
Era un tipo importante; aseguró Alex; ¿tú crees? dijo Ricaurte mirándolo; ¡um sí que lo era! Bueno, él siempre viajaba con mamá, ella nunca, nunca quiso que  viajara solo; a mí, me cuidaba mí abuela y aunque me trataba bien, me mimaba mucho, yo hubiera preferido que fuera mamá, la que siempre permaneciera a mí lado.
Un día mí abuela, recibió una llamada y habló mucho rato por teléfono y cuando colgó se echo a llorar; su llanto me partía el alma, yo estaba escondido detrás del sofá; era que no quería que supiera, que la estaba viendo.
A mí ella, no me contó nada, pero luego vinieron unos señores muy elegantes, vestidos de traje y hablaron mucho, nunca pude escuchar con claridad, lo que decían; hablaban en murmullos, como si temiesen que alguien los escuchara.
Ricaurte se detuvo, miró a Alex, que tenía ya, el ultimó cucurucho del helado entre sus dedos; un día la casa se llenó de flores, que traían un extraño olor; a mí eso no me gustó para nada; pero me tocó aguantarme, y porque estuvieron yendo un poco de mujeres a rezar. Mí abuela permanecía siempre con la cabeza baja y la boca apretada como una mueca.
Esperaba todos los días, todas las noches a que mis padres regresaran, mientras escuchaba los continuos llantos de las mujeres dentro de la casa, ya que yo me sentaba en el quicio de la entrada.  Pasaron los días y ella se me acercó y me dijo; Ricaurte, mijo, tienes que ser fuerte; tú mamá, nunca va a regresar; ¿pero porqué?
Ella se puso a mirarme, me estrechó entre sus brazos y me dijo; ¡ay mijo!, yo no soy capaz de decirte nada, perdóname, es mejor que te lo diga tú padre, cuando regrese del viaje y se fue callada a encerrarse en su pieza.
Una semana después regresó mi padre, Lucia muy pálido y hasta delgado y andaba cabizbajo, con las manos atrás de la espalda, andaba de allá, para acá como alma en pena; escondido detrás de las puertas del sofá, yo lo veía pasearse. Pero un día me vio y me llamó, se sentó en el sofá y me cargo en sus rodillas, apretó mí cabeza contra su pecho y me dijo; Ricaurte, mijo tú madre murió y ahora estamos solos; ¡hay! Como sí, yo no lo supiera.
Entre los dos se hizo un abismo de aguas, me aparté y lo miré diciéndole, eso no es cierto, quiero verla, quiero verla, él se quedó calladito, con las manos apretadas; quiero ver tan sólo su cuerpo, grité; se levantó y me dijo, hijo, eso tampoco va a ser posible; no hay cuerpo, ella murió calcinada.
¿Qué, calcinada? Sí hijo, es que en el hotel en donde nos hospedábamos, sin saber cómo, se produjo un incendio, ella no tuvo tiempo de salir, a mí no me paso nada, porque en esos momentos yo no estaba, fue una cosa terrible; creo que a mí padre casi le da un infarto o yo no sé; el caso es que permaneció de pié, con la cabeza baja y las lágrimas chorreando por su cara; hasta que al fin, me dijo; tan sólo tengo está cajita, tómala.
Sin pensarlo dos veces, la tomé entre mis temblorosas y ávidas manos y al abrirla me encontré, mí pequeño amigo, tan sólo con unas cenizas. Tú no sabes lo que yo sentí; parecía como si la tierra se abriera debajo de mis pies; hasta hubiese preferido eso ¿sabes? Ricaurte se detuvo y por un momento se recluyó en un rincón del tiempo sin porvenir.
Alex supo apreciar en parte la intensa emoción que esté sentía, porque también percibió un ligero vértigo que casi lo hace trastabillar.
En silencio ambos se sostuvieron la mirada, pronto Ricaurte prosiguió, lo que creo que paso, es que me despojé de todo, de mí rabia, del dolor de esa perdida y al instante le arrojé la cajita a los pies; y le grité, ¡mentira!, ¡mentira! ¡Tú la mataste! Pero en fin..., suspiró; el tiempo pasa y pasa y poco a poco, uno entra en incursión con las cosas nuevas:
¡No, no es eso!, protestó Alex, lo que pasa, es que esas cosas juegan a las escondidas; ¿a las escondidas? ¡Ja, Ja, Ja!, jamás había visto una descripción tan fiel al perfil de las cosas que nos estremecen. Aquí recordó, que jamás podría librarse de ese extraño desasosiego, que le quedó después de la pérdida de su madre.
Alex bostezó cansado, al fin de cuentas, era tan sólo un niño. ¡Ven! vamos a buscar a tú, tú, a Lilia; musitó en voz baja Ricaurte, en ese momento pasó un bus pitando tan fuerte, que casi les arranca de una, los tímpanos.
Alex que ya había terminado su helado, fijó sus cansados ojillos en Ricaurte y de pronto le pareció verse reflejado en esté; aún más, supo que Ricaurte tenía algo dentro, que también era suyo, muy suyo y que todas las cosas, tienen algo que nos hace, ser parte de ellas. Entonces sintió que lo amaba.
¿Te gustó el helado? Sí estaba rico; pero es que eso no era un helado; era un cono; el hombre entornó los ojos; ya veo; no es lo mismo un bus que su conductor; pero igual ¿te gustó? Bueno y dime ¿cuál era la razón por la qué te querías escapar?
En vez de responderle, Alex bajo la cabeza, para levantarla de inmediato y lanzarle está pregunta; ¿amabas a tú padre? Sí, mucho más de lo que puedas imaginar; pero y si te hubiera dicho mentiras… ¿qué mentiras?, es que como él, dice que esa señora que está allá arriba, es mí mamá; ¡y sí qué lo es!, ¿y cómo lo sabes? ¿Olvidas qué vine con ella?; Alex sé entregó al silencio; ¿dije algo malo?  No es que…
Mira Alex, aunque yo sé, que mí padre no me mintió; en mí mente siempre estuvo el deseo de investigar más acerca y con respecto a mamá y tú deberías hacer lo mismo; no sabes cuánto te ama ella y cuanto ha padecido por ti; lo sé, pero… ¡va! ya no te atormentes muchacho, ¡mira! si mí padre me hubiese mentido, tenlo por seguro, que ya lo habría perdonado. Se lo dijo de un modo tan tajante y era tan sólo, porque quería ganarlo para ella y para su moribundo padre.
¿Sabes? el hecho de que la señora Lilia, haya estado separada de ti, no significa que no te amara; yo incluso soy testigo fiel, de que ella te ha buscado demasiado; te diré, todos los seres humanos cometemos errores; pero no obstante, de eso hay que aprender. Así es como se aprende a amar, a comprender a los demás y también a perdonar.
La vida real es como una novela; ¡va, no me gustan las novelas!; no hablo de esas novelas, que presentan a diario en la televisión, hablo de las buenas novelas; de esas que uno lee en los libros; aunque claro, admito, que las que presentan en la televisión, son muy divertidas, digo, ¿no?
Alex bostezó de nuevo, mientras caminaban y es que de algún modo, se hallaban lejos de la clínica, sin darse cuenta siempre habían hecho un recorrido bastante largo hacía la parte opuesta, del otro lado.
Con modorra el niño respondió, es que yo tampoco he leído novelas; lo sé, lo sé hijo; porque es que, yo quiero leer es cuentos; ya los tendrás, pero mira Alex, algún día lo entenderás, y ya con el tiempo, cuando hayas aprendido a amar a tú madre y a perdonar a tú padre y hasta quizás hayas leído alguna buena novela; veras lo fascinante que es eso, porque veras Alex, la novela escrita tiene el encanto de hacerte imaginar los personajes, de imaginar cosas.
Alex tenía frío y se aferró a las manos de Ricaurte, que pese a su emoción, comprendió y aceleró el paso de regreso y continuó; de imaginar hasta sus gestos, de representártelos y lo más importante hasta de pensarlos…entonces quizás, sabrás que es pensarte a ti mismo, aunque tú creas que no eres ellos, de algún modo lo eres.
De no haber sido porque estaba en movimiento, lo más seguro es que el niño ya se habría quedado dormido; sin embargo, cuando llegaron a una esquina tuvieron que detenerse a esperar que el semáforo cambiara. Ricaurte cesó de hablar y esté lo miró; entonces sus ojos de pequeño fulguraron; de repente se había convertido en un soñador, ya era un adolecente, pero también un hombre muy interesante; ¡ejem!  Bueno, eso era lo que él creía en esos momentos.
Ya sólo faltaba cruzar la esquina para entrar a la clínica y Ricaurte volvió a dejar escuchar su voz; anda ve para donde tú mamá y entrégate a ella, ya que algún día, tendrás que aprender, a desaprenderte de ella.
Cruzaron y se detuvieron unos segundos, entonces Alex le dijo; ¿sabe qué don Ricaurte, acerca de esas cosas qué me dijo hace rato?, no le entendí ni mu; pero venga acompáñeme a subir; ¡Qué bien, venga vamos pues! , mientras subían por el ascensor, Hunder Alexander sentía que algo había cambiado dentro de sí; algo; y es que esté Ricaurte es todo un hombre; se dijo.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

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