miércoles, 18 de marzo de 2015

LO QUE ESTA EN EL OTRO CAPITULO XIV







                                                             LO QUE ESTA EN EL OTRO
CAPITULO XIV

¡Amanda, Amanda!, se escuchó la voz de Verónica llamándola; ¡señora, ya voy!, ¡voy!; ¿mija, será qué usted de pronto, no me cogió una platica que yo tenía aquí guardada?  ¿En está cartera? No, no señora ¿es qué se le perdió plata? Sí, me faltan algunos billetes de cincuenta mil, pero a mi nunca se me había perdido nada; ¿y ya buscó bien? Pues claro que busqué bien, ¿está, será qué cree qué yo estoy loca?
Estaré vieja y todo, pero…, entonces, Verónica sintió que un nudo le ahogaba la garganta sus ojos se encharcaron de lágrimas; sí, sus pobres ojos cafés claros, ahora opacos y constreñidos; ¿Qué le voy a decir a Natalia? Esa plática era para pagar los servicios y comprar el mercado.
Cálmese mamá, no se ponga así, mire, que eso le puede hacer daño; ¡como no me voy a poner así!; ¡mire, mire, lo que dejaron!   hay mismito arrojó los tres billetes que quedaron sobre la cama; venga yo le ayudo a buscar; ésta tenía varias carteras y un par de monederas y en todas buscaron y no hallaron nada.
En una billetera viejita; Amanda se encontró con una fotografía, un poco raída, de sus padres; ambos miraban la lente de la cámara, como si supieran que el tiempo los recordaría; su padre sonreía de un modo gentil, su cara era de rasgos finos y bien formados y tenía enlazada a su madre de la cintura. Ella reía feliz, sus ojos se veían lúcidos y expresivos; tenía un vestido, que apenas si dejaba ver un leve escote; como quiera que sea, ambos se veían bien.
 ¿Qué miras hija? No ésta fotografía; Verónica la miró y suspiró con contento, olvidando por un segundo lo acontecido. ¡Fíjate, esa foto, tiene algunos años!; tú padre y yo estábamos recién…, bueno nos estábamos entendiendo.
 Desentendido de todo lo que acaecía en el cuarto de su madre, Antonio aprovechó para llamar a Lina; ¡tan amable, me hace el favor y me pasa a Lina! Un momento.
Buenas noches ¿con quién? Soy yo Antonio; sí ¿Cómo le ha ido Lina? Bien ¿y usted cómo ha estado? No, por aquí con muchas ganas de verla; es que no es por nada ni nada; pero es que, desde que yo la vi en la iglesia, quede prendado de usted; ¡hay tan lindo!, yo a usted también lo quiero mucho, pero usted sabe que no podemos tener nada; vea tengo muchas ganas de verla, ¿será qué nos podemos ver ahora?
No sé, es que ésta que llega Danny, si usted viera ese hombre como se enoja si me encuentra en la calle; ¡bueno, está bien, pobrecita!, yo, a usted la considero mucho,  además con eso, que usted dice, que su esposo no le da ni para el mercado; eso me tiene preocupado; hay si Antonio, ¿yo no sé porqué él se volvió así? El primero si era muy querido, ya no.
Vea Lina yo le voy a prestar unos pesitos que me conseguí; hay no Antonio, ¿Cómo se le ocurre?  Además, sabiendo que yo le debo tanto, ¡no qué pena! Usted sabe Lina, que yo por usted hago lo que sea, no se haga de rogar, que yo lo hago con mucho gusto.
Siendo así, ya bajo pues; bueno; pero no me puedo demorar, me estoy sólo un momentico, y, estando en esas, la cerradura de la entrada principal, comenzó a girar, hasta que la puerta se abrió, dejando ver la figura de Natalia; de rasgos finos y de cabellos cafés claros, de mediana estatura,  un rostro que denotaba el principio de una cierta severidad futura.
Su novio, Juan Pérez, la había traído en el carro; pero se había ido con rapidez, ya que recibía clases en las noches; Natalia entró con el bolso en la mano, se la notaba extenuada,  tenía mucho trabajo en el almacén.
Era muy parecida a su madre, en los rasgos físicos; aunque rara vez sonreía, quizás porque desde pequeña; más o menos a los catorce años, le había tocado trabajar duro, para mantenerse y mantener a su familia.
Saludó a Antonio, arqueando las cejas y medio sonriendo, una de esas sonrisas en las que apenas si se mueven los labios; vestía una falda de color azul y una blusita corta, muy femenina, se fue directo hacía el cuarto de su madre, pero antes descargó su bolso, sobre uno de los muebles de la sala, tal como era su costumbre.
Quería recostarse sobre la cama de su madre,  platicar con ella, pero lo primero que vio, fue ese reblujero de bolsos y de ropa ¿esto qué paso aquí?   Miró con cariño a su madre; pero a Amanda la miró con malacara; ¡ay! , Es qué me robaron la plata, que usted me dio ayer ¿la para pagar los servicios?; sí; ¿se la robaron cómo así?  Pero, es que en está casa, no tiene porque haber ladrones; ¡para que vea mija!, y ahora yo no sé que voy a hacer.
¿Pero ya buscaron bien? ¡Sí bou!; ¿y dónde la había guardado?, aquí, en está cartera negra; al decir esto Verónica, tocó la cartera, palpándola con sus dedos y apretándolos contra el cuero. ¿Yo no sé qué voy a hacer entonces? Será decirle al dueño del almacén, a ver si me presta algo; si mija, ya no se va a poder dejar plata aquí, en ésta pieza, va a ver que guardarla con llave.
¿Tan raro mamá?  Sabiendo que aquí no entran personas extrañas; ¡raro si es mija!, voy a ir a preguntarle a Antonio; no, no es necesario mamá; él sería incapaz de hacer una cosa de esas; no ve, que él es evangélico y ellos no hacen eso; Amanda intervino; bueno, eso porque sea evangélico no, eso no quiere decir nada; ¿cómo qué no?, el es cristiano evangélico y esas gentes son muy correctas; ¡a pero nosotras también somos cristianas católicas!
Natalia la miró, como queriéndole decir; mejor no hables voz.  A través de la ventana, entreabierta, Amanda percibió el sonido de la lluvia, porque había comenzado a llover y se levantaba un olor a humedad, proveniente del patío vecino.
Eso la refrescó un poco, porque sentía, que ya, dentro de esa habitación, el sofoco, comenzaba a ahogarla; necesito respirar aire fresco; pensó, y se dirigió hacía afuera; al salir de la habitación, se topó con Antonio, pero sin tocarlo; éste iba a salir de prisa, para esperar a Lina en el balcón, al verla le profirió la siguiente expresión; ¡ésta es mucha malparida!
Pero Natalia, lo alcanzó a escuchar; ¿Qué es eso Antonio? ¿No se supone que un hombre como voz, no tiene porqué decir esas cosas? ¡Es que a mí ésta mujer, me cae muy mal! ; Puede ser; pero esa, no es la manera de tratar a la gente y a propósito, pero no te vas a enojar ¿de pronto voz no cogiste una plata que mí mamá tenía guardada en la cartera? ¡Yoo!, ¡vea pues, como lo meten a uno, en cosas que no ha hecho!; a lo mejor, hasta esa plata, la cogería ésta mal... Dijo, con el rostro demudado por la ira y la boca torcida como un gesto amargo y arrugado; o, o, o, sí no vea, que cosa más fea, es ésta mujer; ¡pero vea pues, a éste renegrido, por lo que le dio ya!; ssi, si, si contara las cosas que, le he visto a ésta; dijo salivando; ¿a mí? Como no sean chismes, que vos te inventas.
¡Estate callada voz Amanda! ¡No hables!, mejor ándate y te encerras en tú pieza; así lo hizo, pero más por consideración a su madre, que por sus hermanos .Al retirarse ésta; Natalia preguntó ¿Qué es lo qué le ha visto de raro a esa mujer, a Amanda? ¡A, a, a, a, a no e, e, e, e, es qué esa mujer es una torcida! ; Verónica escuchaba, estrujándose las manos; una vocecilla le decía por dentro; sea lo que, sea Amanda, es incapaz de robarme.
Sí, aseveró Natalia; yo también creo, que esa mujer es un poco rara, el otro día, la vi llevando a una muchacha a la casa, a mí eso, no me gustó para nada; ¡sí esa es una !, ¡no, no le ve esa presencia que tiene tan fea!; ¡sí!, noo y es queee, eeen la biblia dice muy claro, “que las personas como ella no entraran al reino de los cielos” sí, eso es pura sinvergüencería arguyó Natalia; ¡vea Natalia!, después hablamos, que estoy de afán; ¿para dónde vas? No, es que voy a hablar con una amiga, bueno, pero me tenez que contar.
Antonio pasó por el lado de Natalia y al hacerlo, tropezó con una silla, y aunque el pasillo era angosto, daba paso, trecho normal para caminar. Entonces, Verónica salió y le dijo a Natalia, ¡camine mija!, venga yo le preparo la comida; ¡ay no!, ¡ya se me quitaron las ganas de comer!; ¡no, mija, tómese aunque sea un cafecito!, le dijo, tomándola del brazo y así juntas, se fueron para la cocina.
A esas horas, el calor de la chimenea se dejaba sentir, endulzando el alma y las llamas danzaban alegres en el fogón; casi simulando figurillas traviesas que bajaban y subían. Sin embargo, Verónica no sabía cómo disimular su angustia y no sabía cómo expresarla; no era sólo el dinero, era todo, era Amanda.
Con suavidad Natalia tomó a su madre y la llevó, hacía un taburete, que se encontraba junto a la mesa del comedor; siéntese mamá, ya esa plata se perdió, que se va a hacer; por fortuna, aún queda un plazo para pagar los servicios, en cuanto al mercado, no se tensione, que Juan Víctor, me regaló una platica. ¡Hay mija!, a lo mejor es de la plática que están recogiendo para casarse. ¡Puede ser!, pero él, ni siquiera lo va a notar.
Venga, quédese aquí sentada, que voy a preparar un rico café para las dos; bueno, dijo, ésta en un tono de voz bajo,  lento y mientras que a su vez se apoyaba sobre la mesa con el codo derecho; bajo la cabeza y reclinó sus ojos sobre la canastada de huevos, que ella misma había puesto allí, cuando regresó de comprarlos en la tienda.
Y sí, así se quedó, con esos ojos fijos, sin ver siquiera lo que miraban; Natalia regresó a su lado con sendas tazas de café,  unos ricos bizcochuelos, hechos a base de mantequilla, pero muy suaves; para Verónica, eran irresistibles, aunque sabía que eran veneno; puesto que tenía el colesterol un poco altico. ¡Y eso que soy delgada! pensó; ¿serán las preocupaciones?, entonces comió con fruición, pero con extremo cuidado, mezclándolos en la taza y revolviéndolos con una cuchara.
Por el contrario Natalia, los salpicaba, remojándolos en el café y dejándolos escurrir y ya luego, se los llevaba a la boca, aquel bocado se derritió, en sus paladares, su sabor era de una tesura sin igual, deliciosos; ¡que delicia ama! 
¡Mija, cuando yo vine de la tienda, Amanda ni siquiera había llegado todavía!, pero antes de irme a comprar los huevos, el dinero estaba allí; Natalia la miró sorprendida y abrió la boca para decir algo, pero Verónica prosiguió, es más ,yo creo, que no me acuerdo donde lo puse y al decir esto, en su cabeza se produjo un leve movimiento de descenso, o algo así, como cuando se está caminando por una ciudad que es muy conocida y se aborda  el  bus y se sigue tranquilo y ya, en determinado momento, el bus se desvía por otras calles, estando tan entretenida que ni cuenta se da y entonces, llega la hora de bajarse  y al hacerlo, se encuentra  de repente confundida  y se pregunta ¿Dónde estoy?
La ciudad es mirada ya desde otra perspectiva; pero en el momento, la mente no lo asume. Parece que algo se perdiera en un recoveco de la memoria y es que Verónica, al fin de cuentas, no quería aceptar que Antonio, era el único sospechoso.
Por hoy, basta ya de bizcochuelos mamá; la voz de Natalia se escuchó lejana, algo así como si ésta le llegara desde alguna ausencia o ella misma estuviera ausente.

¡Mamá! ¡Mamá!, ¿me está escuchando? ¡Hay sí!, lo que pasa, es que estaba pensando… ¿sabe qué? desentiéndase de todo esto, que yo veré, como me las arreglo.              

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

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