jueves, 19 de marzo de 2015

CAPITULO XXIV EL PEQUEÑO CAOS



                                                               CAPITULO XXIV

EL PEQUEÑO CAOS
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA




Qué pena contigo Amanda, quédate por favor aquí, que en cuanto pueda regreso; entonces ambos salieron y ella miró hacía el patío y enseguida reconoció al niño que la había saludado; ésta vez, jugaban a la pelota entre varios, pero su atención la llamo, un niño que estaba, tirado boca abajo, sobre una plancha de cemento, con una mano sostenía su rostro, mientras que con la otra se hurgaba la nariz.
Entonces otro niño, miró a Hunder Alexander y le dijo; ¡que figurita!, ¿ya sé está sacando los mocos parce?, en vez de eso, ¡camine a ver!, y juegue pelota con nosotros, el niño, no respondió nada.
Amanda se sonrió y volvió a suspirar; y en voz baja murmuró; sí, con alguien que significó mucho para mí, pero que murió también; cerró entonces el libro y lo colocó en donde estaba.
Apartó la mirada de la ventana, dio una ojeada a la habitación, pero en ésta ocasión sin verla, y no sabía qué hacer, si sentarse o continuar de pié; se paseó inquieta, y al final optó por sentarse en la silla, que antes ocupara Diego, era una silla giratoria; así que giró hacía un lado, luego hacía el otro, de repente la silla se detuvo y ella quedó frente de la maquina.
Y miró la hoja en blanco, que sólo tenía una letra; alelada se quedó mirándola, Diego se demoraba; poco a poco el ruido de las risas de los niños se trasformó en un…, o se hizo un eco lejano, al final, solo escuchaba, no, una sirena; no un viejo silbato, de un tren; sino una oquedad craneana; era algo indefinible, una lejanía y una cercanía como de una cosa insostenible, quizá era un punto indefinido.
No resistió más, la proximidad de lo infinito, la estremeció, ahí estaba, como una apelación silenciosa de lo que nunca se puede nombrar, no era el número indefinido, ni el último peldaño del sin sentido, o de lo inabordable, era el comienzo de un oleaje, hacía la concreción de la palabra.
No esperó más y comenzó a teclear, a jugar con las palabras, sin rumbo, sin destino,  sin ordenamientos conceptuales; algo no premeditado, amor , amar, ver, vértigo por lo uno, vértigo del uno , náusea de multitudes apretadas ; vértigo, náuseas de los señores del mal, el mal existe, ¡ total¡ ¿ qué es el mal? Tiranos de todos los lados.
De izquierda y de derecha y tiranías solapadas, hasta quizás una falsa democracia, en fin, engaños, mentiras, ¡mierda! inocencias mancilladas; conciencias compradas y vendidas, asesinos de cuello blanco, aplausos sórdidos y ciegos.
Cerebros manipulados; dirigidos por mentes astutas, casi de un modo sutil, sutil, juego de mentes; ¿y la creación y el origen en dónde quedaban?
Estúpida, fui una estúpida, al tratar de razonar, sobre una verdad, que sólo se halla en el alma, lo subjetivo, dicen los científicos, siempre es dudoso; ¿pero qué ciencia, no se fundó, bajo esa inherencia?
¡Al pozo! ¡Que se vayan al pozo!, los que dicen, que no existen verdades subjetivas, eso no puede ser real, afirman. Pero yo digo, lo universal se halla contenido en lo subjetivo y su vez lo subjetivo se…, sí, lo universal es lo subjetivo, estructurado a toda partícula o punto infinito e infinitesimal, o en otras palabras también, micro, macro, cosmos.
Lo universal se hace singular pensando, pensado, lo pensado, por medio de las palabras, que luego abordan al lenguaje; o que luego el lenguaje nos hace abordar.
La realidad del pensamiento, no es la realidad de la existencia; ¿a no? ¿Entonces qué se supone qué es la realidad?, sí, pero claro, la realidad del pensamiento sigue existiendo, existiendo siempre, sí, pero no quiero llegar a ningún silogismo; es que si lo hago, me puedo volver hasta lógica, lógica, los lógicos son estúpidos, yo soy una estúpida y a la larga no me siento mal por eso; es mejor sentir, quiero sentir éste vértigo de la palabra fluida, es algo así, como un descenso, como un ascenso en el que sólo danza mí alma, sí, danza, danza, sobre una cuerda floja.
Que luego se tensa, se tensa, entonces me vuelvo bailarín, una bailarina, un bailarín, sí, claro que sí, yo existo en el pensamiento, soy un pensamiento que cabalga sobre y dentro del mundo, no, no, me quiero  quebrar en la ruptura de los conceptos, si antes, hubo ruptura, desquebraja miento, ahora, en éste instante supremo ya no lo hay.
Quizás esto cause intriga, o sea sólo un juego de ajedrez, para los fisgones de la palabra; lo único que sé, es que ahora existe un querer ser, que después ya no será.
De repente, sintió el ardor de una mirada fascinante y fascinada detrás; entonces se volvió y descubrió un cuadro, que se hallaba casi al frente de la cama de Diego, pero que no se veía, por estar detrás de la puerta.
Era un hermoso gato niño, de color blanco como nieve y parecía estar sentado, mirando con sus ojos azul celeste, y lo más extraño, es que debajo, podía leerse; el león; tenaz, tenaz, dijo y se colocó de pié y al hacerlo, tenía la boca abierta, como si tragara bocanadas de aire, la mirada de la niña gato, buscaba un punto, o quizás era ese punto; ¿y qué era lo qué  parecía sostener esa mirada?
No, sin duda no era el éxtasis, ni el asombro, ni la fascinación ¡Voces¡ ¡voces¡ se escucharon  afuera  y la sacaron de su ensimismamiento ; Diego, decían ; ¡subamos, arriba!,¡ hacía la buhardilla!; allí ,podremos conversar tranquilos.
Sucedió, que cuando éste salió, en el marco de la puerta principal; Lilia y Ricaurte esperaban muy nerviosos; ella era una mujer todavía muy joven, de rasgos muy femeninos, alta y de andar elegante, sin duda sus ropas eran finas y sus movimientos refinados; ¡si disculpe!, es que hemos estado tocando en la casa de enfrente, pero todo ha sido en vano; y nos han informado, que aquí podrían orientarnos; si buenas tardes y disculpe, ¿podría decirme quién es usted?; sí por supuesto, yo soy Lilia, la madre de Hunder Alexander.
Diego, se quedó de una pieza; aunque ya se lo imaginaba, pero sólo quiso ponerla a prueba, estar seguro, que era ella; Rafaela que escuchaba detrás de la puerta, no resistió la curiosidad y al escuchar, salió de un modo imprudente y expreso; ¿así qué es usted?, ya lo sospechaba; ¿pero no le parece qué llega usted demasiado tarde? ¡Calla madre!, no hables de lo que no sabes.
Con dificultad, término accediendo; sabía que estaba actuando de un modo contrario a su forma de ser; mamá por favor, trata de distraer a los niños, para que no salgan, mientras llevo a estas personas arriba. A estas alturas Diego, daba gracias a Dios, por la llegada de esta dama.
Lilia preguntó nerviosa; ¿está aquí mí niño? Diego respondió; todavía no; es necesario prepararlo, acordar algunos detalles; entonces subieron con rapidez, ella agitada por hondas emociones. Doña Rafaela se rascaba la cabeza con desesperación; mientras que a su vez trataba de distraer a los niños.
Sin embargo, estaba tan agitada y nerviosa que sin duda, debió de parecerles, muy graciosa, puesto que todos dijeron a coro; ¡que figura parce!, doña Rafaela se rasca como si tuviera piojos.
Hunder Alexander no dijo nada, no pensaba lo mismo; Aunque seguía todavía, tendido boca abajo y de vez en vez, hurgándose las narices, como un viejo, que por no tener nada que hacer, se distraía, dejando pasar el tiempo entre sus dedos;  ¡ya no juegue más, con esa, asquerosa materia pegajosa!; le gritó Santiago.
No obstante, Hunder Alexander, miraba la pelota, que giraba como un trompo, y que luego parecía rebotar en el aire; en el aire…, lo más seguro, vacío y húmedo. En otras ocasiones, giraba como un círculo, de un píe hacía otro, y se detenía por momentos, bajo su mirada, que parecía perdida y adquiría entonces, tan sólo, la forma de un punto.
A todas esas, la camioneta escolar, que trasportaba a Evita, acababa de llegar y su conductor, pitaba con insistencia; entonces, doña Rafaela salió a toda prisa, para recibir a su hija. Hunder Alexander, que sabía observar muy bien y sin que nadie se lo dijera, intuía, que ésta dama, actuaba así, cuando estaba a punto de un colapso.
Se levantó de la plancha y se dirigió hacía el interior, para ver que sucedía. Miró hacía la buhardilla y escuchó voces; hasta le pareció, reconocer, alguna voz familiar e intima; intentó subir las escaleras, cuya madera estaba un poco gastada; oyó, la voz de Evita, que con un fuerte abrazo saludaba a su mamá; y ya, doña Rafaela olvidada de todo y de todos, se entregaba a su niña. Con regocijo, preguntó. ¿Cómo te fue en el colegio? Hoy aprendí, cosas nuevas; ¿sí, qué cosas?; decía la madre cubriéndola de besos.
Evita alcanzó a ver a Hunder Alexander; ¡hola, no sabes lo que te perdiste, por no ir al escuela!; éste se encogió de hombros y ellas se alejaron cogidas de las manos. Las siguió con la mirada y vio, que el cuarto de Diego, estaba abierto, alguien parecía estar adentro; bueno, hasta puede, que sea Diego, pensó y se dirigió hacía allá.
Olvidada de todos, Amanda meditaba; sin duda, el universo está formado por una serie de puntos infinitos, que a su vez forman otros puntos.
Aunque los puntos más difíciles de encontrar, se hallan inmersos dentro de aquellos que se llaman suspensivos. Quizás suene a redundancia, pero creo que son puntos matemáticos, casi indecibles y hasta difíciles de ver. O tal vez no existan.
Claro, aunque los puntos suspensivos, son un trío de pausas prolongadas, que se forman dentro de un vacío; pero que su vez, todo eso, es un intervalo de tiempo; ¿Pero qué tiempo? Bueno, quizá en ese tiempo, surge un creador, uno que crea, mejor dicho un sub- creador.
Sí, eso, pueden significar los puntos suspensivos; pero claro, también es posible, que los puntos, sean generados, por el caos que antecede a la configuración del mundo; aunque también podríamos hablar de las partículas.
¿Quién es usted? Amanda se volvió, al ver al niño, lo reconoció enseguida; ¿a, eres tú, el niño del patío?; ¿usted habla sola? Ella se sonrojó; no, en realidad no lo hacia, sólo pensaba  ¡va, no se preocupe, yo también lo hago!  Te vi ahora en el patío; ¿no te gusta jugar a la pelota? No, yo prefiero coger hormigas de esas culonas, de esas grandotas y que tienen hijos por detrás; aunque también, cojo gusanos; pero ya estos, son muy feos y me pican.
Ya veo; eso es interesante; yo también colecciono cosas; ¿así, qué cosas? Dijo con entusiasmo el niño; aunque me pareció como sí, fuera usted una vaca mascando sola; ¿querrás decir rumiando?; ¿qué es rumiar?;
No sé, algo así, como dar vueltas, en torno a algo; no la entiendo; quizás, sea sólo girar, pensar; no, eso si que no, las mujeres no piensan; ¿porqué crees eso?; creo que eso es cosa de hombres; ¿así?, no me hagas reír, pues aunque se ría; bueno, dime; ¿quién te dijo eso?
El niño la rehuyó, ya parecía estar molesto; está bien, yo también colecciono piedras, piedrecillas y entre más variadas sean, mejor; pero las piedras, no ponen huevos y por eso no me gustan, prefiero las hormigas y los insectos que se mueven y que se revuelcan cuando uno los aplasta.
Eso es porque les duele; no, yo no creo, ellas no sienten ningún dolor; ¿con qué las aplastas? Con una piedra grande; ¡ves, las piedras sirven para algo! Hunder Alexander no contestó; ¿bueno qué más te gusta? Me gusta Evita; aunque también a ratos me cae mal; ¿Evita?, así, la hermanita de Diego; sí, a veces, me cae muy gorda, entonces le saco la lengua; y le digo fea, fea. ¿Haces eso? Sí, si lo hago, porque me gusta, porque me da la gana; ¡um!
¿Ahora dígame, usted cómo se llama? Mí nombre es Amanda, ¿y puedo tutearte?; bueno, y yo, me llamo Hunder Alexander, mí papá se llama Manuel y está muy enfermo, pero muy enfermo.
Lo siento, dijo ella, bajando la cabeza; el niño, también inclinó la suya, y por un momento pareció que iba a llorar; pero enseguida la levantó y le dijo; venga, le quiero mostrar el frasco, en donde guardo las hormigas, lo tengo escondido, debajo de la cama; ya regreso, espéreme.
Y mientras Hunder Alexander y Amanda conversaban; Diego, Lilia y Ricaurte, intercambiaban emociones en la buhardilla.
¡Vea don Diego!, es que usted, no se alcanza a imaginar, la pesadilla que me ha tocado vivir; no se esfuerce señora, ya Manuel, me lo contó todo, antes de recaer; como es la vida, justo, cuando el hombre está haciendo un esfuerzo para cambiar, se enferma, ahora se encuentra recluido en la clínica; Lilia medio inclinó la cabeza, ya no le interesaba para nada; pero si le daba pesar; después de todo, era el padre de su hijo; pensó.
¿Y supongo qué mí hijo, se encuentra muy afectado?; sí, yo creo que si; pero entre mí madre y yo nos hemos turnado, para tratar de ayudarlos a ambos.
No sabe cuánto se lo agradezco y sobre todo por mí hijo; ¿pero qué es lo qué tiene? Se encuentra en un grado muy avanzado de cirrosis; tal parece que tiene el hígado muy dañado; ¡estoy seguro que  querrá verla! ; Sí, lo sé; iré ésta misma tarde.
¿Pero cómo hacemos con Hunder Alexander? Ya que lo que más deseo, es estrecharlo, entre mis brazos; quédense aquí, que yo intentaré prepararlo. ¿Pero cuénteme, el caballero quién es?  No los había presentado, debido a la premura con la que han sucedido todas estas cosas. El es Ricaurte, un excelente detective privado, a quien le debo este hallazgo y a la vez, es mí amigo y mí consejero.
¡No sabe cuánto me alegra que todo esto éste sucediendo! y a usted don Ricaurte, lo felicito por ser tan eficaz; Ricaurte se limitó a sonreír, con una amplia generosidad; y ahora con permiso, dijo Diego.
Apenas salió, ella se levantó y dijo; buen hombre, muy buen hombre éste muchacho; sí así es, lo confirmó Ricaurte peinándose, el bozo. Lilia se acercó y lo tomó de las manos; Ricaurte estoy tan nerviosa; ¿cree usted, qué Hunder Alexander me va a aceptar?; con delicadeza, la apretó, para hacerle sentir su apoyo, luego la soltó y se puso a pasear inquieto; bueno, en primera instancia hay que darle tiempo al tiempo y en segundo lugar usted es mujer y ya sabrá cómo ganarse el amor de su hijo.
Llame a la clínica, por favor Ricaurte; sí, eso intento; dijo, con el celular en las manos, después de marcar; le contestaron; usted, ésta comunicado con la Clínica Antioquia[1], “nuestra meta es acompañarlo y permanecer con usted; si conoce el número de la extensión márquelo y si no espere en la línea, que en segundos le atenderemos”; Ricaurte frunció el ceño y después de una gran persistencia logró comunicarse.
Sí, si señorita, su nombre es Manuel Buritica; sí, sí; ¿no, pero cómo así?; no, ustedes háganle el tratamiento que requiera; sí, él si tiene quien responda, Lilia; muy pendiente y con las manos a la altura de los labios; asentía con la cabeza; si muchas gracias; al colgar la miró y dijo; listo cuando quiera arrancamos.
Esperemos a que regrese don Diego, ¿Pero qué fue lo qué le dijeron? Pues, como que la cosa ésta grave, muy grave. ¡No Dios mío! ; ha, pero es que eso era de esperarse.
¿Cómo se irá a poner mí niñito? Así es, la enfermera dice que quizás, no pase de ésta noche; no puede ser y justo ahora, que vine a buscar a mí hijo; mientras Lilia decía esto, se puso a temblar; ¿qué hacemos Ricaurte? Ricaurte la miraba; quería a Lilia como a una hija, ya le había cogido mucho aprecio y no le gustaba verla así; trate de calmarse y esperemos, que suba Diego; no, mí deber es irme ya; no, usted no tiene ninguna obligación, con respecto a ese hombre. Como quiera que sea, es el padre de mí hijo, ¡aja!, bueno vamos.
En ese instante, Diego trataba de hablar con Rafaela, pero es que la vio tan ocupada; que mejor optó por buscar al niño; pero tampoco lo encontró, ¡zúas¡ entonces se acordó de Amanda;! por Dios!, ¡que pena de Amanda!, la he dejado sola; ¡ Amanda¡, ¡Amanda¡
Al escuchar que Diego la llamaba, salió a su encuentro; ¿qué te pasa?, te noto muy  agitado; no, es que no sabes lo que está pasando; tremendo lio, pero ahora no tengo tiempo de explicarte, pero te ruego que me entiendas; y me esperes un poquito más, lo que sucede es que recién apareció la mamá de Hunder Alexander; un niño que …,   sí, se trata de Hunder, el niño que tiene a su padre enfermo; así es, pero él, tiene una desinformación total, con respecto, a lo que en realidad, sucedió con su madre; y el problema aquí es ¿Cómo se lo voy a decir?
En ese momento, Hunder Alexander, con el frasco de hormigas en las manos, pasaba por la buhardilla y como siguiera escuchando voces, una en especial que le removía el pañal, entonces movido, por un extraño presagio, subió las escaleras y empujó la puerta con brusquedad pero sentíase tan lleno de temor.
¡Y oh sorpresa¡ ; sus ojos descubrieron a la más acogedora y tierna cosmos, que jamás hubiese visto; el corazón de ella latió desaforado; es él, tiene que ser mí hijo; sin embargo la mente del niño hizo un giro, un pequeño movimiento de cambio y entonces, lo que vio fue a una mujer paseándose nerviosa, de píe y apretándose las manos una contra la otra y en el otro extremó, a un hombre de bigote con un teléfono celular entre sus manos y que pareció muy sorprendido con su presencia.
La mujer reaccionó al verlo, sintió, como si un rayo la hubiese fulminado, pero sin matarla, de repente le pareció que en ese lugar, algo se tensaba, como las cuerdas de una guitarra, mientras que a la vez, dentro de ese niño, algo seguía dando giros. Desde su inconsciente surgían las imágenes de un navegante que vislumbra luces.
Y cuando se encontró con los ojos de ella, grandes y fijos, sintió como si el aire, rasgará sus calzones y a travesará su camisilla color crema; entonces, le pareció que todo emanaba colores, rosa, blanco, y un azul de fondo tenue, casi infinito, atravesó las almas, los cuerpos y por segundos, sólo se escucharon sonidos de alas; ruidos de campanillas en los píes, era como si el origen de lo divino se hubiese sumergido allí.
Hecho los brazos hacía delante, para coger al niño, pero por alguna razón, Ricaurte lo evitó, tomándola de la cintura; estaba movido quizás, por una sórdida discreción. Tan evidente era todo, el niño tenía el rostro de la madre de frente al suyo.
Pero el niño reaccionó y dijo; busco a Diego, y en ese instante, éste, en compañía de Amanda subía a toda prisa. ¿En dónde estabas metido Hunder Alexander? dijo Diego agitado; pero miró a Lilia, como para saber, si ya lo sabía y a su vez ella, lo miraba, preguntándole, lo que su corazón ya presentía; éste asintió con la cabeza.
Lilia extendió una de sus manos, yo me llamó Lilia, ¿y es qué acaso, tú coleccionas hormigas?, éste la miró y titubeó un poco, antes de darle su mano; bueno, lo digo, porque, te veo ese frasco ; Hunder Alexander, lo único que hizo fue evadirla ; sólo se las quiero mostrar a mí amiga Amanda, porque yo a usted no la conozco; ésta, que estaba un poco afuera, tratando de no ser vista, intentó devolverse ,pero ya Hunder Alexander, la había visto y se le acercó tomándola de las manos, ¡ven Amanda!
Que no hubiera dado; para no estar allí, en ese momento y fue en ese segundo, que el celular de Ricaurte comenzó a sonar; señora Lilia, llaman de la clínica, se trata de Manuel; creo que debemos irnos; está bien; ¿se trata de mí papá?, quiero ir, quiero ir. Sí, dijo Lilia; todos debemos ir, ven le dijo a Hunder Alexander.
Evita que ya estaba en su cuarto, encendió la televisión sin darse por enterada, de lo que pasaba a su alrededor, y ésta fue la voz que escuchó; entonces Grimaldi  rió y rió tanto, que casi hace estallar la silla con un tronante ruido, que de puro milagro no la desbarató; la mujer que  estaba sentada en la silla, al ver que lo dicho por ella , causaba tanta gracia, en esté extravagante hombrecito, se levantó ofendida, pero no indignada; ¡off¡ eres un patán querido; y quiero que sepas, que no me gustan esos olores rancios y amarillos;  cosa que hizo, que el hombrecito riera y riera, aún más de la cuenta.
Ríete si quieres, pero yo prefiero, ese tipo de relaciones que mantengan la punta de mis cabellos electrizados; ¿Qué?  ¿Cómo una cosa erizada? La mujer no respondió, pero esta vez, el hombrecito se cayó de espaldas; riendo como nunca.
Luego apareció un letrero, que decía, lo ven; reír es bueno para la salud; rían, no dejen de reír y si es por pendejadas mejor, mucho mejor.
Rafaela le dio un beso a su niña; y pensó; no comprendo como a mi hija, le gustan ésta clase de cosas; baja el volumen del televisor, ya que tenemos visitas en la casa.
 Se acordó de Amanda y de todo ese revuelo que había en rededor; a decir verdad, no sabía, ni siquiera a dónde dirigirse. En esos momentos, salían todos, dé la buhardilla.
De prisa madre, ayúdame a arreglar a Hunder Alexander, que nos vamos ya para la clínica; yo le ayudo; dijo Amanda; ¡claro hija! ¡Ven, vamos pues!
Mientras preparaban la ropa para vestir a Hunder Alexander; Rafaela la miró y le dijo; ¿no te parece qué Diego es muy guapo?, Amanda la miró y le dijo; claro, por supuesto; mientras que Hunder Alexander al oírla; pensaba ¿huy, y está parce qué? Y se dirigió con rapidez a darse un baño.
¡Fíjate! , si hasta parece un modelo de esos, que sale en la televisión; asombrada Amanda, la miró y pensó; ¡Dios mío! ¿Por qué será, qué las mamás son tan exageradas?
Rafaela sin darse cuenta, tenía una cierta sonrisilla; ¡hay por Dios!, ¿será qué no lo sabe?; pensó Amanda, pero Rafaela se quedó mirándola, y ella se sonrojó.
Por supuesto que lo sé querida, lo sé, las madres siempre exageramos, perdóname, tienes razón, si te parezco exagerada, y hasta superflua. Pero es que no te alcanzas a imaginar, lo mucho que mí hijo ha sufrido por esa tal Clara Inés, o la Pilarica como le dice; Sí lo sé.
¿Pero sabes?, me he dado cuenta, como repara a esa mujer, a esa Lilia, no se preocupe por eso doña Rafaela, es normal y además apenas si se acaban de conocer, y dale con el doña; no, pero una tiene sus intuiciones y pienso que si se mete con ella; ¡guao!, le va ir muy mal, ¿creo? ; ¿bueno y en qué momento vio usted eso?,  cuando ella llegó ¡si vieras!  Y ahora lo he visto mirarla, de los píes a la cabeza; ¡vaya! , que aguda, pero bueno, es demasiado pronto para prever algo así; así es; pero… ¡um!
En esos momentos, Hunder Alexander, regresó del baño, con una toalla amarrada de la cintura hacía abajo; eso es, ven acá; y así entre las dos lo secaron, lo vistieron y éste protestaba diciendo; ¡que va!, yo se me vestir solo; lo sé, pero en ésta ocasión, queremos ayudarte. ¡Lo ves! , Quedaste guapísimo.   

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
[1] Clínica Antioquia: Clínica situada en el Municipio de itagüí.



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